Y así pasaron los días y meses sin tu presencia, viendo pasar entre sombras los ocasos de tu cielo, que jamás finalizaban en jardín profundo y negro, de la luna, las estrellas y los pequeños luceros. Y fue quedando sumido en un amargo letargo, ese hermoso sentimiento que me ató de pies y manos a tu cabello dorado, asfixiando mi esperanza de mirarte nuevamente, ocultando en mi memoria los recuerdos y el pasado.
Y fue Dios en su milagro de palabras y distancia, que volví a saber de ti luego de tantos años. A traves de una ventana, navegando sin un barco, logré ver aún sin creerlo en tus ojos y tus labios, ese brillo alucinate del carisma que había antaño. Y mirando tu retrato con su inmutable expresión, fui colmado en la emoción del Quijote en su combate, cuando vence en dura lid al molino en la colina, cuando piensa en Dulcinea con el pecho que aún le late.
Al salir de mi emoción de mirarte nuevamente, solo el pánico arropó a mi ser en una sombra. Ya las cosas del pasado han quedado muy atras, y saber si recordabas al hermoso Rocinante, podía ser estimulante o tan solo una patada. Podía ser que ni supieras que el plebeyo que te habla, era el loco que en antaño por tu aroma respiraba, que sin magia o brujería y con solo tu mirada, en la noche y a la vista, invisible te besaba.
Con cautela y muy a tientas te invité a conversar, te invité a que te observaras a través de mis palabras. Y esperando de tu escrito el silencio de estos años, sorprendiste en expedito a mi ser con tus palabras, invitandome a charlar a través de un mensajero, y firmando hasta el final con un beso cariñoso. Y fue entonces que ocurrió el milagro aún divino, de saberte Dulcinea del Quijote en el olvido, que despierta del letargo como amigo presuroso.
Así entonces han pasado, desde lejos y aún sin vernos, las palabras que bosquejan un encuentro entre nosotros, que planean un momento de sonrisas y de gozos, de palabras distraidas por un hito natural. Un momento que permita, entre charlas y conversas, relatar los muchos pasos de tu vida en el andar, y también que me permita dibujarte mis hazañas, cual Quijote empedernido, cual Cervantes al narrar.
Y aún espero con paciencia, el que ocurra ese momento, que por años he esperado en sofocante silencio. Donde pueda entre sonrisas, un helado y chucherías, compartir del gran arqueologo aventuras y desvelos. Y que sirva para ambos como un viaje al largo sueño, que transporta nuestra mente, de nuestros llantos muy lejos. Que tan solo en un instante nos permita divariar, en un mundo de irreales y se haga un nuevo ito, que mi hermosa Dulcinea te permita sonreir, y te haga hoy plebeya, como mía en un poquito...
Ni lo dudes, es para tí: Yolimar Martinez.